viernes, 17 de mayo de 2013

la familia en el siglo XIX


Durante el siglo XIX, el modelo familiar posee tal fuerza normativa que se impone a las instituciones lo mismo que a los individuos y crea vastas zonas de exclusión, más o menos sospechosas, donde las reglas de la vida privada, e incluso el derecho a esta vida, parecen más problemáticos. Pero no por ello dejan de existir. La proporción de célibes y solitarios, temporales o permanentes, por necesidad o por libre decisión, es en efecto considerable. Unas veces se inspiran en una familia ausente: las bailarinas tienen una “madre” (mère d’opéra) que les Pusca un “padre” protector en el “hogar” (foyer) de la danza; en la colonia penitenciaria de Mettray (cerca de Tours), cada grupo es una “familia” compuesta de “hermanos” y de dos “mayores”. Otras elaboran modos de vida originales, alternativas que cuestionan esta salmuera dulzona. “Maldita sea la familia que ablanda el corazón de los valientes, que empuja a todas las cobardías y que os empapa en un océano de lacticinio y lágrimas”, escribe Flaubert, primo hermano de los dandis (a Louis Bouilhet, 5 de octubre de 1855), como un preludio al “Familias”, os odio…” de André Gide. (…)
No había muchos célibes definitivos durante el siglo XIX, (…)Los trabajos de Jean Borie han puesto de relieve la suspicacia de que era objeto el célibe (…) El célibe es siempre un varón. La mujer, si no se casa, es una señorita, o “sigue siéndolo”: o sea, nada; o lo que es peor, se vuelve una “solterona”, una “anormal”, una “desplazada”.

(Perrot, Michelle. “Al margen: célibes y solitarios” en Ariès, Philippe y Georges Duby, Historia de la vida privada. La Revolución francesa y el asentamiento de la sociedad burguesa. Tomo VII. Buenos Aires: Taurus, 1991).


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