miércoles, 29 de mayo de 2013

las áreas de domesticación

ninguna de las tres fotos se corresponde con la que  Tagg analiza en el ensayo, pero son de la misma época y pueden ilustrar claramente lo que el autor señala.


¿Dónde podría comenzar el análisis de la constitución de la "familia" y el "hogar" en estas fotografías? ¿Antes de la fase fotográfica? ¿Con la diferenciación del paisaje mediante designación, mediante los complejos códigos y relaciones de poder de la planificación urbana, de una jerarquía corriente de las zonas "residenciales"? ¿Con la división de estas zonas mediante la elaboración adicional de códigos relacionados y la constitución de una secuencia ordenada de parcelas o "lugares privados" por las avenidas de una vigilancia continua e inadvertida? ¡Con la subdivisión de estos lugares y la articulación, en la arquitectura, de un conjunto de funciones domésticas, junto con sus relaciones: "el cuarto de estar", "salón" o "sala de estar" que se diferencia por medio de una separación de las funciones de cocinar, comer, lavar, dormir, excretar, tan claramente como la propia casa diferencia el ámbito de la "vida familiar", el supuesto territorio de su vida, un espacio de ocio, esparcimiento y relaciones interpersonales, libre, por una parte, de las funciones sociales y del trabajo, o, por otra parte, de las funciones corporales. (La mujer, esposa y madre, para quien el "hogar" es territorio de existencia y lugar de trabajo, es por supuesto una excepción. Muy a menudo aparece en este tipo de fotografías sentada, cosiendo, haciendo el punto o dedicada a alguna otra labor "doméstica"). ¿Con la elaboración, ampliación y refinamiento de estas funciones arquitectónicamente definidas en los subcódigos de la decoración y el mobiliario: dos sillas colocadas una frente a otra, con la radio entre ellas, la lámpara colocada para leer o coser, las fotografías idénticamente enmarcadas para reafirmar la simetría y la dualidad de la disposición de conjunto; esta atroz topografía de la "familia"; esta producción y matrimonio de una jerarquía de necesidades y gratificación en el interior de un único decorado. 
(Tagg, John. El peso de la representación. cap. 7)



viernes, 17 de mayo de 2013


El cuerpo aparece en el espejo de lo social como objeto concreto de investidura colectiva, como soporte de las escenificaciones y de las semiotizaciones, como motivo de distanciamiento de distinción a través de las prácticas y los discursos que provoca. En este contexto, el cuerpo puede no ser otra cosa que un medio de análisis privilegiado para poner en evidencia rasgos sociales cuya elucidación es de gran relevancia para el sociólogo como, por ejemplo, cuando quiere comprender fenómenos sociales contemporáneos.

(Le Breton, David. La sociología del cuerpo. Buenos Aires: Nueva visión, 2011). 

la familia en el siglo XIX


Durante el siglo XIX, el modelo familiar posee tal fuerza normativa que se impone a las instituciones lo mismo que a los individuos y crea vastas zonas de exclusión, más o menos sospechosas, donde las reglas de la vida privada, e incluso el derecho a esta vida, parecen más problemáticos. Pero no por ello dejan de existir. La proporción de célibes y solitarios, temporales o permanentes, por necesidad o por libre decisión, es en efecto considerable. Unas veces se inspiran en una familia ausente: las bailarinas tienen una “madre” (mère d’opéra) que les Pusca un “padre” protector en el “hogar” (foyer) de la danza; en la colonia penitenciaria de Mettray (cerca de Tours), cada grupo es una “familia” compuesta de “hermanos” y de dos “mayores”. Otras elaboran modos de vida originales, alternativas que cuestionan esta salmuera dulzona. “Maldita sea la familia que ablanda el corazón de los valientes, que empuja a todas las cobardías y que os empapa en un océano de lacticinio y lágrimas”, escribe Flaubert, primo hermano de los dandis (a Louis Bouilhet, 5 de octubre de 1855), como un preludio al “Familias”, os odio…” de André Gide. (…)
No había muchos célibes definitivos durante el siglo XIX, (…)Los trabajos de Jean Borie han puesto de relieve la suspicacia de que era objeto el célibe (…) El célibe es siempre un varón. La mujer, si no se casa, es una señorita, o “sigue siéndolo”: o sea, nada; o lo que es peor, se vuelve una “solterona”, una “anormal”, una “desplazada”.

(Perrot, Michelle. “Al margen: célibes y solitarios” en Ariès, Philippe y Georges Duby, Historia de la vida privada. La Revolución francesa y el asentamiento de la sociedad burguesa. Tomo VII. Buenos Aires: Taurus, 1991).


solteras
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