A continuación
se transcribe un fragmento de la Introducción del libro Orientalismo (1997) de Edward Said (Madrid: Debate, 2002, pp.
19-27). En él, el autor analiza el concepto de orientalismo como un discurso
que se inscribe en determinadas instituciones, con los que se pretende dominar
Oriente. Asimismo, Said demuestra mediante esta configuración de una identidad
compacta de Oriente como una forma inferior se logra fortalecer la identidad
europea:
***
He comenzado
asumiendo que Oriente no es una realidad inerte de la naturaleza. No está
simplemente allí, lo mismo que el
propio Occidente tampoco está precisamente allí.
[…] En la misma medida en que lo es el propio Occidente, Oriente es una idea
que tiene una historia, una tradición de pensamiento, unas imágenes y un vocabulario
que le han dado una realidad y una presencia en y para Occidente. Las dos
entidades geográficas, pues, se apoyan, y hasta cierto punto se reflejan la una
en la otra.
Después de
haber dicho esto, parece razonable exponer algunas puntualizaciones. En primer
lugar, sería un error concluir que Oriente fue esencialmente una idea o una creación sin su realidad
correspondiente. […] Había –y hay- culturas y naciones, localizadas en Oriente,
cuyas vidas, historias y costumbres poseen una realidad obviamente más rica que
cualquier cosa que se pueda decir de ellas en Occidente. Sobre este punto, este
estudio de orientalismo no tiene nada que añadir, simplemente desea contribuir
con su reconocimiento tácito. Pero el fenómeno del orientalismo, tal y como yo
lo estudio aquí, trata principalmente, no de la correspondencia entre el
orientalismo y Oriente, sino de la coherencia interna del orientalismo y sus
ideas sobre Oriente […] a pesar de o más allá de cualquier correspondencia o no
con un Oriente “real”. […]
La segunda
puntualización se refiere a que las ideas, las culturas y las historias no se
pueden entender ni estudiar seriamente sin estudiar al mismo tiempo su fuerza
o, para ser más precisos, sus configuraciones de poder. Creer que Oriente fue
creado –o, como yo digo, “orientalizado”- y creer que tales cosas suceden
simplemente como una necesidad de la imaginación, es faltar a la verdad. La
relación entre Occidente y Oriente es una relación de poder, y de complicada
dominación: Occidente ha ejercido diferentes grados de hegemonía sobre Oriente,
como señala bastante bien el título del clásico de K.M. Panikkar, Asia and Western Dominance. Oriente fue
orientalizado, no sólo porque se descubrió que era “oriental’’, según los
estereotipos de un europeo medio del siglo XIX, sino también porque se podía
conseguir que lo fuera –es decir, se le podía obligar a serlo-. Tomemos, por
ejemplo, el encuentro de Flaubert con una cortesana egipcia, encuentro que
debió de crear un modelo muy influyente sobre la mujer oriental […] Él era extranjero, relativamente rico y
hombre, y ésos eran unos factores históricos de dominación que le permitían, no
sólo poseer a Kuchuk Hanem físicamente, sino hablar por ella y decir a sus
lectores en qué sentido ella era típicamente oriental. Mi tesis es que la
situación de fuerza de Flaubert en relación a Kuchuk Hanem no era un ejemplo
aislado, y puede servir bastante bien como modelo de la relación de fuerzas
entre Oriente y Occidente y del discurso acerca de Oriente que este modelo
permite.
Esto nos lleva
a una tercera puntualización. No hay que creer que el orientalismo es una
estructura de mentiras o de mitos que se desvanecería si dijéramos la verdad
sobre ella. Yo mismo creo que el orientalismo es mucho más valioso como signo
del poder europeo-atlántico sobre Oriente que como discurso verídico sobre
Oriente (que es lo que en su forma académica o erudita pretende ser). Sin
embargo, lo que tenemos que respetar e intentar comprender es la solidez del
entramado del discurso orientalista, sus estrechos lazos con las instituciones
socioeconómicas y políticas existentes y su extraordinaria durabilidad. Después
de todo, un sistema de ideas capaz de mantenerse intacto, y que se ha enseñado
como una ciencia (en academias, libros, congresos, universidades y organismos
de asuntos exteriores) desde el periodo de Ernest Renan hacia finales de 1848
hasta el presente en Estados Unidos, debe ser algo más grandioso que una mera
colección de mentiras. […]
[Antonio]
Gramsci ha efectuado una útil distinción analítica entre sociedad civil y
sociedad política según la cual la primera está formada por afiliaciones
voluntarias (o, al menos, racionales y no coercitivas), como son las escuelas,
las familias y los sindicatos, y la segunda, por instituciones estatales (el
ejército, la policía y la burocracia central) cuya función dentro del Estado es
la dominación directa. La cultura, por supuesto, funciona en el marco de la
sociedad civil, donde la influencia de las ideas, las instituciones y las
personas se ejerce, no a través de la dominación, sino a través de lo que
Gramsci llama consenso. Así, en cualquier sociedad no totalitaria ciertas
formas culturales predominan sobre otras y determinadas ideas son más
influyentes que otras; la forma que adopta esta supremacía cultural es lo que
Gramsci llama hegemonía, un concepto
indispensable para comprender, de un modo u otro, la vida cultural en el
Occidente industrial. Es la hegemonía –o, mejor, los efectos de la hegemonía
cultural- lo que da al orientalismo la durabilidad y la fuerza de la que he
estado hablando hasta ahora. […]
El científico, el erudito, el misionero, el
comerciante o el soldado estaban o pensaban en Oriente porque podían estar allí
o pensar en él sin que Oriente les ofreciera apenas resistencia. Bajo el lema
general de conocer Oriente y dentro de los límites que el paraguas de la
hegemonía occidental imponía, a partir de finales del siglo XVIII emergió un
Oriente complejo, adaptado a los estudios académicos, a las exposiciones en los
museos, a las reconstrucciones en la oficina colonial, a la ilustración teórica
de tesis antropológicas, biológicas, lingüísticas, raciales e históricas sobre
el género humano y el universo, y a ejemplificar teorías económicas y
sociológicas de desarrollo, de revolución, de personalidad cultural y de
carácter nacional o religioso. […]
Bibliografía
DENYS, Hay. (1968), Europe: The Emergence of an Idea, Edinburgo,
Edinburgh University Press.
PANIKKAR, K.M. (1959), Asia and
Western Dominance, Londres, George Allen & Unwin.
STEVEN, Marcus. (1967), The Other
Victorians: A Study of Sexuality and Pornography in Mid-Nineteenth Century
England, Nueva York, Bantam Books.
(Fuente: Alonso Castro et al.
(2010), Estrategias de lectura y
escritura académicas. Buenos Aires: Biblos.)
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